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Sociedad, Arte y Cultura

Ubicación

Mesopotamia es el nombre que los antiguos griegos dieron a un territorio que aproximadamente se corresponde con el actual Irak. Literalmente significa “entre ríos”, en referencia al Tigris y el Éufrates, que nacen en las montañas de Anatolia y siguen cursos más o menos paralelos hacia el golfo Pérsico. El significado contemporáneo de Mesopotamia es más amplio y se refiere no sólo al territorio situado entre los dos ríos principales, sino también a sus afluentes y valles, por lo que describe un área que incluye, además de Irak, Siria oriental y el sudeste de Turquía. Sus fronteras naturales están formadas por las cadenas montañosas de Anatolia al norte, los montes Zagros al este, el desierto de Arabia al sudoeste y el golfo Persico. Dentro de este contexto geográfico se distinguen dos ámbitos: el primero es la zona norte de la actual Bagdad, donde el Tigris y el Éufrates se aproximan en mayor medida; esta área suele denominarse el creciente fértil, una franja de tierra que se extiende desde la costa mediterránea hasta el norte de Irak y se beneficia de la lluvia generada por la cadena montañosa que abarca la costa siria y Anatolia meridional. Al sur de este cinturón de colinas y valles se extiende el desierto de Arabia. Fue en este creciente fértil, climáticamente favorable, donde hace unos 10,000 años se dieron los primeros asentamientos humanos y los inicios de la agricultura y la ganadería.

La segunda zona, situada entre Bagdad y el golfo Pérsico, es en esencia una vasta llanura aluvial, cuyo terreno está formado por enormes depósitos de cieno que han arrastrado los ríos. Este suelo aluvial. Con un contenido en minerales alto y variado, es potencialmente variado, es potencialmente muy fértil, pero el terreno es llano y no hay montañas que generen lluvia. Sólo después de que el hombre aprendiera a adaptarse a este entorno, sobre todo mediante el control de las vías fluviales, con la construcción de canales y diques, fue posible aprovechar el potencial económico de los llanos meridionales. A partir de entonces empezaron a desarrollarse las primeras comunidades a gran escala, en las que la población pudo sacar partido de un sistema que superaba la manera subsistencia para producir excedentes, diversificar sus actividades culturales y vivir en números cada vez mayores en una nueva forma de comunidad colectiva: la ciudad.

La invención de las ciudades quizá sea el legado más perdurable de Mesopotamia. No se trató solo de una, sino de docenas de ciudades; cada una de ellas controlaba sus tierras de cultivo y de pastoreo, así como su propio sistema de irrigación. No obstante, puesto que tales comunidades extendían a lo largo de las principales vías fluviales como las cuentas de un collar, era necesario que adoptasen ciertas formas de cooperación y de tolerancia mutua. Los historiadores suelen hacer hincapié en la aparición de estados centralizados que controlaban territorios por lo general extensos, pero la unidad socio-política más duradera y eficaz que surgió en Mesopotamia fue la ciudad-Estado.

Las historias individuales son heterogéneas y reflejan las ideas y conclusiones, a menudo contradictorias, de los arqueólogos que han interpretado la evidencia física de los emplazamientos, de los epigrafistas y asiriólogos que han copiado y traducido las tablillas cuneiformes, y de los historiadores, geólogos y antropólogos, que han examinado los hallazgos. Más importante aún, cada ciudad cuenta su propia historia mediante su descubrimiento y una comprensión gradual de su desarrollo histórico que tiene en cuenta como lo describieron los habitantes de Mesopotamia, como lo interpretaban y que Dioses recibían en sus templos.

En conjunto de narraciones referentes a las diez ciudades mesopotámicas que aquí se presentan transcurre en una secuencia básicamente cronológica desde Eridu, en el quinto milenio, hasta Babilonia, que perduro hasta los primeros siglos posteriores a. Cristo. Cada ciudad tiene su lugar en una realidad que se ha visto reducida a un emplazamiento arqueológico en Irak, cuyos secretos han sido más o menos robados, o más o menos sepultados bajo las dunas. Cada emplazamiento ha entregado en un mayor o menor grado sus riquezas, desde estatuas y alfarería hasta sellos cilíndricos y joyería, ladrillos y tablillas. El mero azar del descubrimiento a determinado los hallazgos, sean archivos palatinos o tumbas, templos o chozas, una biblioteca completa de un periodo que abarca unos treinta años o la secuencia arquitectónica de un templo a lo largo de dos milenios. Lo que se ha obtenido de todos estos retazos tangibles es una nueva dimensión, sujeta a las diferentes tendencias intelectuales y a la necesidad de revisar las interpretaciones a la luz de nuevos hallazgos y nuevas ideas.

Las ciudades tenían sus propios intérpretes, los escribas y eruditos de su tiempo; escucharemos sus voces por muy afectadas que puedan parecernos en el pasado estilo la “traducción” asiriológica.

Como Egipto o la Gracia clásica, Mesopotamia es una de las grandes “Civilizaciones del pasado”, aunque sea relativamente menos conocida. Puesto que el hombre victoriano se hallaba innegablemente “por delante” de casi todas las otras manifestaciones de la humanidad. Donde se iniciaba para él el pasado decisivo del primitivismo a la civilización durante mucho tiempo los griegos fueron considerados la línea divisoria entre el rudo barbarismo y la vida racional y civilizada, aunque los mismos griegos sintieran una admiración no exenta de envidia hacia los egipcios. El cambio que supuso contemplar a los egipcios como representaciones preclásicas de la civilización se debe, en gran medida, a las ambiciones de Napoleón que se hizo acompañar de científicos y especialistas durante su campaña norteafricana. El posterior desciframiento de la Piedra Rosetta por Champollion supuso el primer paso en la apropiación del pasado para mayor gloria del imperialismo europeo, una tendencia que también inicio Napoleón, incluso hasta el extremo de revitalizar la práctica romana de robar obeliscos. Sin embargo, intereses políticos aparte, los logros de la civilización egipcia eran evidentes para cualquiera que visitase los nuevos museos inaugurados en las principales ciudades europeas y norteamericanas. La elevada calidad de los objetos del antiguó Egipto, su soberbia capacidad artística y pictórica, era prueba irrefutable de un altísimo nivel cultural.

Regio hacia otros pueblos antiguos mencionados en la biblia, como los asirios o los babilonios, considerados tanto opresores de pueblo elegido como civilizados, aunque solo fuese por su grado de cultura. Las primeras excavaciones en las remotas fronteras del imperio otomano se iniciaron como consecuencia de la rivalidad franco-británica por hacerse con el botín de la antigüedad. Exploradores intrépidos, como Austenlayar y Émile Botta, atraídos por las enormes ruinas de la alta Mesopotamia, transportaron por mar, ya a mediados del siglo XIX, considerables cantidades de antigüedades asirias que causaron gran sensación al exponerse por primera vez Louvre o en el museo británico. Cuando un inglés en el coronel Rawlinson, descifró las tablillas cuneiformes, el público británico se llenó de regocijo. Cuando cada vez más hombres con cabeza de toro llegaron a Bloomsbury, se consideró que en cierto modo mostraban la misma gravitas que los barbudos dignatarios del periodo Victoriano. Cuando se accedió a las tradiciones de las tablillas cuneiformes, no solo la historicidad de la biblia recibió un estímulo que le era imprescindible para contra restar el Darwinismo, sino que además empezó a evidenciarse la complejidad y la antigüedad de la cultura mesopotámica. El “pan-babilionalismo” se puso de moda y se afirmó que la cuna de la civilización se encontraba entre los ríos Tigris y Éufrates. La popularidad llego a tal extremo que el Daily Telegraph envió una expedición a Mesopotamia con fondos recaudados entre sus suscriptores durante el siglo XX.

Mientras se avanzaba entre los traumas de una guerra mundial y después otra y se contemplaba la caída de los imperios europeos, el interés del público por los imperios de Oriente Próximo se desvaneció. Ni siquiera los espectaculares descubrimientos de Carter en Egipto o de Woolley en Ur (ambos encontraron más tumbas que palacios) consiguieron modificar el modo en que se interpretaban la sociedad y el pasado de la humanidad. La antropología y la prehistoria pasaron a considerarse las vías de estudio más relevantes y el concepto clave ya no fue tanto “civilización” como “cultura”. Tan sólo Egipto, tal vez pos su morbosa obsesión por la vida ultraterrena, ha continuado fascinando al público. Como los celtas, ese otro pueblo de la antigüedad tan mal interpretado, los egipcios faraónicos se han convertido en parte de la conciencia de la Nueva Era. Los mesopotámicos, los sumerios, los asirios y los babilonios, con su arte menos espectacular y sus destartaladas ruinas de barro, no se han labrado un lugar comparable en el imaginario colectivo.

La innovación más destacable de la civilización mesopotámica es el urbanismo. La idea de la cuidad como un concepto heterogéneo, complejo, confuso y sujeto a constantes modificaciones, aunque viable para la sociedad humana, fue una invención mesopotámica en realidad inventaron muchas otras cosas –la burocracia, la escritura, las matemáticas y la astrología- pero, tarde o temprano estas también fueron inventadas por otras sociedades estatales, como la egipcia, la china, la incaica o la azteca. Solo estamos empezando a entender cómo se desarrolló  la idea de urbanismo en Mesopotamia y que pudo haberla incitado. Cabe destacar la influencia de los factores medio ambientales y geográficos, desde magnifico potencias productivo de los suelos aluviales a la inestabilidad de un paisaje donde las ciudades ocuparon puntos fijos dentro de un entorno natural impredecible. La ausencia de límites físicos también contra arresto en aislamiento sociocultural y la precariedad de recursos locales hizo necesarias las comunicaciones de larga distancia.

A finales del tercer milenio, en el 90% de la población del sur de Mesopotamia vivía en ciudades. A mediados del primer milenio, Babilonia era la única y mayor metrópolis del mundo, que Alejandro Magno propuso como capital de su imperio, y cuya extensión no tenía precedentes. Alejandro falleció antes de poder realizar su sueño;  sus sucesores se inclinaron hacia occidente por lo que Babilonia se convirtió en un lugar remoto, una torre de marfil escolasticismo trasnochado. A la sazón, no obstante, la idea de la cuidad ya formaba parte de la vida contemporánea, al igual que la escritura, la burocracia y las estructuras jerárquicas. Los Estados helénicos y Roma exportaron tales conceptos y los adaptaron para satisfacer las necesidades de los imperios coloniales n la región mediterránea y más allá de sus límites.

Ironía, pero nunca pusieron en duda que su cuidad era el único lugar para ellos. Aunque sabían que los regímenes políticos iban y venían, que los ríos modificaban sus cursos, que las inundaciones podían arrasar ciudades, que el exceso de población no era deseable, confiaban en que la cuidad nunca moriría. En nuestra época, la predicción de que la mayor parte de la población cica en ciudades puede parecer amenazadora; pero también deberíamos romper una lanza en favor del optimismo y sospesar los beneficios de la inventiva y la sociabilidad humanas frente el peligros Glamour de la cuidad, como se amplifico por vez primera en Babilonia.

 

 

Diosa inanna

En la mitología sumeria Inanna era la diosa del amor, de la guerra y protectora de la ciudad de Uruk

Zigurat

Centro de Ur

Orante de la ciudad de Mari

Primera escritura

CREADO POR ALUMNOS :Lòpez Colin Alejandra, Bocardo Urrutia Yair Ivan Gutierrez Espinosa Oswaldo B.

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